-Valen, estoy hasta los cojones de mis padres. Me están
volviendo loca que si “haz esto”, “haz lo otro”, “recoge tu cuarto”, “la
faldita más larga”, “friega”, “vuelves a las doce”… No les aguanto ni un minuto
más. Ayúdame, please.
-Pero ¿qué quieres que haga yo?-Sacarme de aquí. ¿En tu piso no tenéis alguna habitación libre?
-Sí, pero creo que te olvidas de que no vivo sola.
-Ya, pero necesito salir de esta casa y no tengo money para un piso. No será para mucho tiempo, mis padres se darán cuenta de que me necesitan y me rogarán que vuelva. Por favor, Valen, habla con tus compañeros.
-Vale, pero no te prometo nada.
-¡Gracias! ¿Te he dicho alguna vez que te quiero? Pues lo retiro. ¡Te adoro!
-No te alegres tanto que no lo has conseguido todavía. Voy a preguntárselo, luego te llamo.
-OK.
Valentina se reúne con sus dos compañeros de piso para
hablarles de la petición de su prima. Ellos aceptan y en dos horas aparece Lía
con una gran maleta rosa chicle.
-Hola, Valen. Muchísimas gracias.
-No me las des a mí. Anda, entra y te los presento. Esta es
Tania y este es Alberto. Chicos esta es mi prima Lía.
Lía le dedica primero una sonrisa a la chica para pasar a
centrarse sólo en él. Alberto es un chico ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado.
Su cabello espeso y rizado de un tono casi rubio le cae hasta la mitad del
cuello. Su cuello, tan pálido como el resto de la piel conduce a unos hombros
anchos y un tronco cubierto por una
amplia camiseta roja tras la que Lía ya puede imaginar una buena tableta de
chocolate. Sus brazos son fuertes y sus manos grandes, perfectos para jugar al
balonmano, deporte que practica desde hace años según le ha contado Valen.
Las chicas y Alberto siguen hablando pero Lía no está
escuchándolos, se ha quedado hipnotizada por los ojos verdosos del joven.
-¿Lía? ¿Estás bien?
De repente sale del hechizo. Es él quien le está hablando
con esos labios tan carnosos. Y están solos, ni siquiera se ha enterado de que
su prima y la otra chica se han ido.
-Sí, sí, perfectamente.
-Menos mal, ya me habías asustado. ¿Te enseño tu habitación?-Claro, Alberto.
-Puedes llamarme Ricky si quieres.
-¿Ricky?
-Sí, me llaman así.
-¿Por qué?
-Por mis rizos. Un colega dijo que le recordaba a Ricitos de oro y por eso me empezaron a llamar Ricky.
-Me encanta Ricky, sí. Y juegas al balonmano o algo así, ¿no?
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