martes, 25 de junio de 2013

Ricitos


-Valen, estoy hasta los cojones de mis padres. Me están volviendo loca que si “haz esto”, “haz lo otro”, “recoge tu cuarto”, “la faldita más larga”, “friega”, “vuelves a las doce”… No les aguanto ni un minuto más. Ayúdame, please.
-Pero ¿qué quieres que haga yo?
-Sacarme de aquí. ¿En tu piso no tenéis alguna habitación libre?
-Sí, pero creo que te olvidas de que no vivo sola.
-Ya, pero necesito salir de esta casa y no tengo money para un piso. No será para mucho tiempo, mis padres se darán cuenta de que me necesitan y me rogarán que vuelva. Por favor, Valen, habla con tus compañeros.
-Vale, pero no te prometo nada.
-¡Gracias! ¿Te he dicho alguna vez que te quiero? Pues lo retiro. ¡Te adoro!
-No te alegres tanto que no lo has conseguido todavía. Voy a preguntárselo, luego te llamo.
-OK.

Valentina se reúne con sus dos compañeros de piso para hablarles de la petición de su prima. Ellos aceptan y en dos horas aparece Lía con una gran maleta rosa chicle.

-Hola, Valen. Muchísimas gracias.
-No me las des a mí. Anda, entra y te los presento. Esta es Tania y este es Alberto. Chicos esta es mi prima Lía.

Lía le dedica primero una sonrisa a la chica para pasar a centrarse sólo en él. Alberto es un chico ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado. Su cabello espeso y rizado de un tono casi rubio le cae hasta la mitad del cuello. Su cuello, tan pálido como el resto de la piel conduce a unos hombros anchos  y un tronco cubierto por una amplia camiseta roja tras la que Lía ya puede imaginar una buena tableta de chocolate. Sus brazos son fuertes y sus manos grandes, perfectos para jugar al balonmano, deporte que practica desde hace años según le ha contado Valen.

Las chicas y Alberto siguen hablando pero Lía no está escuchándolos, se ha quedado hipnotizada por los ojos verdosos del joven.
-¿Lía? ¿Estás bien?

De repente sale del hechizo. Es él quien le está hablando con esos labios tan carnosos. Y están solos, ni siquiera se ha enterado de que su prima y la otra chica se han ido.

-Sí, sí, perfectamente.
-Menos mal, ya me habías asustado. ¿Te enseño tu habitación?
-Claro, Alberto.
-Puedes llamarme Ricky si quieres.
-¿Ricky?
-Sí, me llaman así.
-¿Por qué?
-Por mis rizos. Un colega dijo que le recordaba a Ricitos de oro y por eso me empezaron a llamar Ricky.
-Me encanta Ricky, sí. Y juegas al balonmano o algo así, ¿no?

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