lunes, 6 de mayo de 2013

Diana


-Es su madre- contesta señalando a la muchacha de la foto.
-¡¿Qué?! ¿Y por qué la pintaste? ¿De qué la conoces?
-Te lo contaré cuando venga.

Diez minutos después, Azahara, entra por la puerta. No le ha dado tiempo a arreglarse mucho, sólo se ha vestido y se ha peinado un poco.

-Gracias por venir con tanta premura.-la saluda el padre de Bruno. A la chica le sorprende ver que apenas se parece a su hijo.
-Bruno ha dicho que quería usted verme.
-Sí, pero no me trates de usted, ¿de acuerdo?
-Vale. ¿Para qué me habéis hecho venir?
-¿No te lo ha contado mi hijo?
-Apenas.
-No he tenido tiempo- se defiende el joven.
-Siéntate. Azahara, ¿no?- le pregunta el padre, ella asiente-. Le encantaba ese nombre.
-¿De quién estás hablando?
-De Diana, tu madre.
-¿Cómo sabes quién era mi madre? Si esto es una broma, es de muy mal gusto- la joven se levanta dispuesta a irse.
-No es ninguna broma.
-Azi, por favor, siéntate y escucha lo que mi padre tiene que decirte.
-Vale, pero como…
-Tranquila, no le faltaré en ningún momento a la memoria de tu madre. Entiendo que creas que no puede ser verdad pero sólo te pido que me escuches y juzgues por ti misma.
-De acuerdo. Te escucho.
-Conocí a tu madre hace mucho, apenas éramos unos niños, mi hermana y tu madre eran amigas desde siempre pero yo apenas la conocía. Hasta que un día, cuando ya teníamos unos quince años o así vino a casa a dormir. Mi hermana la había invitado pero yo pasé la mayor parte del tiempo con ellas. Después de ese día las visitas de Diana eran cada vez más frecuentes y acabé enamorándome de ella y ella de mí.

Bruno escucha la historia tan atento como su amiga. Su padre nunca le había hablado de sus amores de juventud.

-¿Y qué pasó?- pregunta.
-Empezamos a salir juntos. Nosotros éramos muy felices pero nuestras familias no veían con buenos ojos nuestra relación. Sus padres decían que yo era poco para ella, un hijo de panadero con una hija de banquero, nunca lo aceptarían. A mis padres tampoco les gustaba.
-Pero, has dicho que tu hermana y Diana eran amigas, ¿por qué no les iba a gustar para ti?
-Porque una cosa es amistad y otra amor, ellos decían que era una niñata pija y malcriada y que yo sólo era un juguete, que nunca lograría hacerla feliz.
-Pero no les hicisteis caso-interviene Azahara.
-No, nosotros seguimos con nuestro amor. Estuvimos juntos cinco años pero ni un milenio habría conseguido que nuestros padres lo diesen por bueno. Y consiguieron separarnos. Ella acabó casándose, por despecho con un hombre que la rondaba desde hacía tiempo y yo, al enterarme, le pedí matrimonio a mi vecina que, aunque yo no la quería, sabía que yo a ella le gustaba mucho y que aceptaría sin pensárselo ser mi esposa. Después de eso no volvimos a saber nada el uno del otro.
-Pero viviendo en la misma ciudad, en el mismo barrio, ¿nunca os encontrastéis?
-Por supuesto que sí, pero girábamos la cabeza y hacíamos como si no nos hubiésemos visto.
-Pero, ¿tú la seguías queriendo?- le pregunta Bruno.
-Sí, hijo nunca dejé de amarla y ella tampoco fue capaz de olvidarme a mí.
-Acabas de decir que no volvisteis a hablar, ¿cómo sabes que mi madre no consiguió pasar página?
-Me dieron una carta suya cuando murió.
-¿Quién?
-No lo sé. No la conocía y tampoco se molestó en presentarse.
-¿Y qué ponía en esa carta?-inquiere Bruno cada vez más interesado en la historia.
-Que nunca había dejado de quererme.
-¿Sólo eso?
-No, también me contaba otras cosas y…
-¿Y?
-Y que no podía más, que no podía seguir con su vida, que lo sentía mucho por sus hijos pero ya no tenía fuerzas para seguir adelante.
-Pero, ¿no explicaba por qué?- una lágrima resbala por la mejilla de la muchacha.
-Sí, estaba enferma, no sé qué era pero no le dejaba ser feliz así que decidió que su fin había llegado. Lo siento.
-¿Conservas esa carta?
-Es mi mayor tesoro.
-¿Podría verla?
-Claro, esperadme aquí.

El hombre se levanta y va en busca de la carta. Bruno toma asiento junto a la chica y la rodea con los brazos.
-Azi, ¿estás bien?
-Sí, perfectamente-dice pasándose la manga por las mejillas para secarse las lágrimas.
-Sé que es duro para ti.
-He pasado por cosas peores, créeme. Pero…es que mi madre lo era todo para mí y nadie me ha contado casi nada de su vida, es como si fuera casi una desconocida.
-¿Y tus recuerdos?
-Casi no tengo. ¡Tenía seis años, Bruno!

El padre del chico vuelve con un sobre rosa entre las manos.
-Ten, léela si quieres.

Azahara coge la carta, abre el sobre y saca los tres folios que hay en su interior. Es la letra de su madre, le recuerda bien porque conserva algún regalo con dedicatorias suyas. Lee bajo la atenta mirada de padre e hijo. Las lágrimas no dejan de brotar de sus ojos pero ella no trata de impedirlo como habría hecho en cualquier otra situación. Es tanto lo que esa carta le descubre, tanto lo que nadie ha querido contarle. Lo único que no le sorprende ni un ápice es que su madre no fuese feliz al lado de su marido, a veces Azahara deseaba haberse ido con ella como demuestran las marcas en sus muñecas. Acaba la lectura pero vuelve al principio de la página, a algo a lo que no había prestado demasiada atención pero que ahora se le antoja un problema y de los gordos. Unas palabras que se escriben en el fondo de su memoria.

-Azi, ¿estás bien? Estás muy pálida. ¿Quieres un vaso de agua?
-Tráeselo, hijo.

Azahara deja los folios sobre la mesa. El padre de Bruno la mira con ternura. El muchacho vuelve con el agua y ella se lo bebe a traguitos pequeños.

-Creo que será mejor que me vaya, tengo trabajo atrasado.
-Puedes llevarte la carta, ya he leído todo lo que necesitaba. Gracias.
-No hay por qué darlas.
-Eres la única persona que me ha hablado de ella y eso para mí significa mucho.
-¡Te pareces tanto a ella!

El hombre se va llevándose la carta consigo.

-No voy a marearme ni nada de eso. No me mires así, Bruno.
-Lo siento, es que yo no sé qué haría en tu situación. Probablemente me hubiese vuelto loco hace tiempo.
-No, hubieras seguido adelante, como todos.

Bruno clava su mirada en la de ella, en esos ojos vidriosos que transmiten tanta fuerza. El mundo se para a su alrededor, incluso deja de escucharse el tic-tac del reloj del salón, y están sólo ellos dos. Sus caras se van acercando pero tan lentamente que es casi inapreciable. Y justo cuando están a unos cinco centímetros, Azahara se aparta y se levanta.

-Tengo que volver a casa, mi hermano me espera.
-Cla…claro, ya hablaremos.
-Adiós, Bruno.

La puerta se cierra suavemente. Bruno se tira al sofá y entierra la cabeza en uno de los cojines.


-¿Cómo puedo ser tan idiota? He estado a punto de cagarla.

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