Marrones y grises se mezclan sin orden aparente. El viento
sopla entre las ramas de los árboles. Las hojas secas alfombran el suelo. Un
suave aguacero de noviembre refresca el ambiente. Todo le recuerda a ese
fatídico día. Ahora, dos años después, la vida sigue como si nada hubiese
pasado. Pero para Azahara todo ha cambiado.
Con apenas diecisiete años, Azahara, ha madurado hasta el
punto de convertirse en una madre para su hermano pequeño. En su mirada puede
apreciarse que su vida no ha sido sencilla. Es una mirada dura y triste a pesar
de que sus ojos tienen un color verde intenso. Tiene cara de niña y rasgos
ligeramente orientales. De pequeña estatura, su carácter es dulce e
inquebrantable. Nadie diría que una persona de aspecto tan frágil pudiese haber
sobrevivido tanto tiempo sin una madre a su lado. Ciertamente, su infancia fue
bastante feliz porque sí pudo disfrutar de su compañía. Pero cuando contaba
apenas seis años su madre murió al dar a luz al hermano de Azahara, Daniel.
Azahara cuidaba de Dani con cariño. Intentaba darle todo lo que necesitaba pero
no era capaz de hacerlo todo ella sola y, la poca ayuda con la que contaba no
era suficiente, su padre no tenía fuerzas ni para hablar. Su abuela materna
también aportaba lo que podía. Cuando Dani tenía un par de meses, su padre
pareció volver a ser el mismo. Para Azahara fue una tortura. Cada noche, su
padre se colaba en su habitación apestando a alcohol, se metía entre sus
sabanas y abusaba de ella. De nada servían los ruegos y lloros de la niña. La
situación continuó así unos meses más hasta que su padre encontró a una nueva
novia y se olvidó casi por completo de la existencia de sus dos hijos. Se casó
con ella cuando Azahara tenía doce años y se había ido a vivir con su mujer
cuatro días después de la boda. En ocasiones acudía a visitarlos y se encargaba
de pagar los gastos del piso en el que vivían los niños y de darles dinero para
que pudiesen subsistir. Azahara, que prefería no tener que verlo cada día, se adaptó
a la situación rápidamente. Unos años después, en otoño, sucedió algo que ella
prefería olvidar.
Ahora, sentada en la butaca del salón, observa el paisaje
otoñal de su ciudad natal. Dani, está jugando con la vieja consola de su
hermana, no tienen suficiente dinero para comprar una nueva. Dani tiene once
años pero es muy bajito para su edad y aparenta unos ocho. Su hermana todavía
lo ve como un niño pequeño.
-Un poquito más, porfa.
-Cinco minutos, ni uno más.
Diez minutos más tarde, Azahara apaga la consola de su
hermano.
-No…-Hay que cenar. Mañana tienes que ir a clase y ya son las nueve.
-¡Es pronto! Además, mañana no vamos a hacer nada en clase, es el último día antes de fiestas.
-Aun así, a partir de mañana ya podrás quedarte hasta más tarde pero hoy te vas pronto.
-Jo…
-No te quejes.
-Azi, por favor.
-No.
Dani le mira con sus preciosos ojos azules verdosos. A su
hermana le hechiza esa mirada suplicante, pero no cede, no quiere convertir a
su hermano en un consentido. Antes de irse a dormir, Azahara lee sobre su cama
y Dani llama a su puerta. No puede dormir, no deja de tener unas extrañas
pesadillas a las que no encuentra ningún sentido. Azahara consuela a su hermano
y cuando se duerme lo coge en brazos y lo lleva a su habitación. Ella sabe
perfectamente el motivo de las pesadillas de su hermano, también ella las sufre
cada diez de noviembre.
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